Viacrucis cicloturista III. El ángel exterminador de Ixtoluca

on jueves, 11 de octubre de 2018

No me asustan
los desvíos, los puentes,
sólo quiero seguir
acercándome, acercándome
puedo encontrar ese paraíso
acercándome, acercándome
—Soda Stereo, En camino


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La Subida del Comal, de La Mezquitera a Valle de Vázquez.


III. El ángel exterminador de Ixtoluca

Una fuerza extraña nos impedía salir de la ex hacienda el segundo día. La noche en el patio hubiera sido muy agradable, de no ser porque las quemaduras en la piel a causa de la irritación por el sol hacían insoportable tener una camiseta encima y porque los gallos, que trabajan incansablemente los 365 días del año, me obligaron a madrugar.

Dispuesto a empacar rápido desde temprano, me levanté de golpe y deambulé como las gallinas de un lado a otro para acarrear leña, encender la fogata, hacer avena y café, cargar agua para lavar los trastes, bañarme, y a empacar todo en las alforjas para emprender la huida en cuanto los guías dieran la orden. Pero éstos no daban señales de vida.

Cuando por fin lo hicieron eran entre las 8 y las 9 am. Se estiraban y bostezaban, mientras iban soñolientos de acá para allá buscando algo para su desayuno. El día anterior, al llegar, ocuparon a sus anchas una palapa semidestruida, donde alguna vez quizás estuvo el comedor de un restaurante. Desde que empezó el viaje habían tenido algunas dificultades con cámaras y llantas que de milagro llegaron hasta la ex hacienda. Cuando parecía que todo estaba resuelto para partir encontraban una nueva falla en las ruedas y empezaban de nuevo: desmontar la llanta, revisar la cámara, parcharla, inflarla, desinflarla… Al principio no me di cuenta, pero luego descubrí que todo el tiempo permanecieron ahí dentro, como si una fuerza extraña les impidiera abandonar la palapa. Teníamos que haber salido por lo menos desde hacía un par de horas, pero ellos seguían sin poder escapar de su buñuelesca habitación conyugal. Algo extraño ocurría.

A eso de las 13 horas por fin salimos de la ex hacienda. Mi desesperación era tal que, conjugada con la irónica advertencia de que “lo bueno apenas venía”, en referencia a la parte más pesada del viaje, comencé a ver con buenos ojos la idea de tomar otra dirección, hacia las zonas bajas –Jojutla y los balnearios de Tehuixtla y Tilzapotla–. Ante una eventual desbandada, el guía tuvo que echar mano de sus habilidades retóricas para persuadirnos de continuar con la ruta programada. No recuerdo exactamente cuáles fueron sus argumentos, pero funcionó.

No contentos con la demora de más de medio día, bajamos a La Mezquitera para aprovisionarnos de Cocacolas y Gatorades, en una tienda donde ya el día anterior habíamos comprado toda clase de chatarra. Finalmente nos disponíamos a partir cuando descubrí que mi llanta trasera estaba más desinflada que mis ánimos a esas horas. Ya no me quedaba duda: algo extraño ocurría en ese lugar.

Me dolía la cabeza, me ardía la piel, ya me estaba dando hambre pero, sobre todo, comenzaba a ponerme realmente de malas toda esta demora absurda. Me ayudaron a cambiar rápido la cámara ponchada y nos enfilamos hacia Valle de Vázquez. Antes de entrar en la ruta el guía nos informó: “Esta es la Subida del Comal. Con este calor ahora van a enterarse por qué se llama así”. Aquí fue donde empezó a tener sentido la idea de llamarle “Viacrucis bicicletero” a esta aventura.

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