No me asustan
los desvíos, los puentes,
sólo quiero seguir
acercándome, acercándome
puedo encontrar ese paraíso
acercándome, acercándome
—Soda Stereo, En camino
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II. San Jacinto de Ixtoluca
Fuimos llegando a eso de las 16 horas, o menos, como a las 17, a la Ex Hacienda de San Jacinto de Ixtoluca, luego de salir de Lorenzo Vázquez y subir por un breve tramo carretero en reparación. Como dije en el post anterior, antes de entrar aquí se despidieron la Doctora y los dos de Tlaltizapán. Ellos regresarían hasta este último municipio y de ahí volverían a sus casas. Les esperaba un recorrido igual o más intenso que el de ida, porque a esas horas cualquier esfuerzo en bici es triple.
Fuimos llegando a eso de las 16 horas, o menos, como a las 17, a la Ex Hacienda de San Jacinto de Ixtoluca, luego de salir de Lorenzo Vázquez y subir por un breve tramo carretero en reparación. Como dije en el post anterior, antes de entrar aquí se despidieron la Doctora y los dos de Tlaltizapán. Ellos regresarían hasta este último municipio y de ahí volverían a sus casas. Les esperaba un recorrido igual o más intenso que el de ida, porque a esas horas cualquier esfuerzo en bici es triple.
Quienes seguiríamos adelante entramos agotados
pero muy contentos a Ixtoluca para inspeccionar el lugar y acomodarnos para pasar
la noche ahí. En la explanada se encontraban el vigilante del balneario, que acarreaba cervezas cada tanto a unos comensales con los que mataba el tiempo; unas gallinas aparentemente inofensivas que picoteaban el pasto ante la mirada vigilante de su Gayo, así como tres miembros “de la vieja
guardia” del MBC que habían llegado por su cuenta y que apenas nos saludaron (supongo que así se acostumbraba en sus tiempos).
Traían bonitas bicis, eso sí.
Los recién llegados desempacamos y nos dispusimos a recibir los sagrados alimentos: sángüiches de atún, algo de fruta mallugada y refrescos calientes. Unos minutos después de haber descargado las bicis llegó Reynaldo, el de la Barranca del Muerto, quien hizo el viaje a destiempo en el Pullman hasta Jojutla y de ahí remontó hasta Ixtoluca pedaleando por la carretera Jojutla-Chinameca. En eso estábamos, espulgándonos y quitándonos la mugre de encima, cuando de pronto apareció un personaje local, de nombre Uriel, célebre ciclista de La Mezquitera que nos dio la bienvenida como si fuéramos embajadores de la ONU en bici y nos ofreció su humilde casa, con la amabilidad característica de la gente del lugar, para ir a tomar un refrigerio. Sólo que primero tenía que ir a cerciorarse de que ya estuviera lista la cena.
Los recién llegados desempacamos y nos dispusimos a recibir los sagrados alimentos: sángüiches de atún, algo de fruta mallugada y refrescos calientes. Unos minutos después de haber descargado las bicis llegó Reynaldo, el de la Barranca del Muerto, quien hizo el viaje a destiempo en el Pullman hasta Jojutla y de ahí remontó hasta Ixtoluca pedaleando por la carretera Jojutla-Chinameca. En eso estábamos, espulgándonos y quitándonos la mugre de encima, cuando de pronto apareció un personaje local, de nombre Uriel, célebre ciclista de La Mezquitera que nos dio la bienvenida como si fuéramos embajadores de la ONU en bici y nos ofreció su humilde casa, con la amabilidad característica de la gente del lugar, para ir a tomar un refrigerio. Sólo que primero tenía que ir a cerciorarse de que ya estuviera lista la cena.
Mientras tanto, le dimos la vuelta a la
Ex Hacienda, fuimos a tomar fotos pal feis de los increíbles amates que escalan
los ruinosos muros del lugar, algunos bajaron al río y, finalmente, nos
sentamos todos a esperar el llamado de Uriel. Acudimos complacidos todos a cenar a su
casa como sólo se puede cenar en un pueblo como ese: frijoles, tortillas de
mano, salsa para matar de amor a cualquiera, ayocotes, queso con chile, agua de
horchata… nadie querrá irse jamás de un lugar así. Su familia, tan amable como
él, nos ofreció incluso pasar la noche ahí, en el patio de su casa.
Volvimos a Ixtoluca y luego de una última
conversación nos ocultamos en nuestras tiendas de dormir.
A causa de la insolación, de la quemada
de piel a pesar del bloqueador solar, del esfuerzo del pedaleo durante varias
horas, del cansancio y hasta de la abundante cena, me resultaba imposible
conciliar el sueño. Tenía intenciones de levantarme lo más temprano posible
para presionar a los guías de volver rápido al camino pero en estas condiciones
era poco probable que ocurriera. De cualquier forma, más tardaría yo en
conciliar el sueño que los gallos que merodeaban en el patio en comenzar a cantar religiosamente, a las 4 de la madrugada, justo al lado de la tienda junto a mi cabeza.
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