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Viacrucis cicloturista IV. Cruz Pintada

on jueves, 25 de octubre de 2018

No me asustan
los desvíos, los puentes,
sólo quiero seguir
acercándome, acercándome
puedo encontrar ese paraíso
acercándome, acercándome
—Soda Stereo, En camino


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El ocaso en la presa de la Cruz Pintada.


IV. Cruz Pintada 

Logramos remontar la Subida del Comal. Si uno sigue de frente en esa ruta, continuará en dirección a Chinameca. Bajamos hacia la derecha, a Valle de Vázquez. Nos detuvimos unos momentos en la plaza. Compré algunas naranjas en la calle principal, frente al campo de futbol, en la única tienda que estaba abierta. Mientras tanto, los guías fueron en busca de un mecánico de bicicletas que pudiera proveerlos, en Viernes Santo, de llantas y cámaras que resistieran lo que faltaba del viaje. Nada. 

Aguardamos bajo la sombra de un árbol, a un costado del Colegio de Bachilleres 01 y de la primaria. Ahí atestiguamos el desastre que provocó el sismo del 19 de septiembre. Regresaron los guías y retomamos el camino. Este día nos dirigíamos a Quilamula, un pequeño pueblo ubicado al norte de Huautla. Lo atraviesa un río que desciende de El Limón, nutre la Presa de la Cruz Pintada, desciende a Huautla y, finalmente, se conecta con el Amacuzac en el último rincón de Morelos. 

Paramos ahí. Compramos provisiones para la cena que haríamos en la Presa de la Cruz Pintada, donde acamparíamos esa noche. A estas alturas el hambre era inaguantable, así que entramos en un modesto comedor donde nos sirvieron un delicioso caldo de langostino traído de la presa del pueblo, cecina y otros manjares que sólo se encuentran en el lugar. 

Saciada el hambre, comenzamos a pedalear hacia nuestro destino final de ese día. Para sallir de Quilamula en esa dirección hay que pedalear de subida. Lo hicimos con la barriga llena, ya un poco tarde por el retraso de varias horas por la mañana en Ixtoluca. En esta ruta sólo es necesario subir algunos kilómetros y, atravesando el cerro, comienza uno de los mejores descensos que se pueden experimentar en la bici, con o sin alforjas, teniendo ante la vista los barrancos interminables de la Sierra de Huautla. 

El descenso abrupto termina en el crucero de Ajuchitlán, donde se encuentra, a la izquierda, el camino hacia este pueblo; a la derecha, la subida hacia la Cruz Pintada, y derecho, el camino que lleva, primero a Huautla, y luego a Xantiopan, adonde planeábamos concluir el viaje al día siguiente. 

La subida a la Cruz Pintada tiene pocos kilómetros pero es un tramo demandante. Cuando empezábamos a pedalear apareció una patrulla de la Policía de Tlaquiltenango, que había recibido horas antes una solicitud de la Comandancia General del MBC de acompañar la rodada, un poco para que tomaran nota de nuestra presencia y otro poco para evitar  sorpresas desagradables en un lugar casi inhóspito y remoto, pero de una belleza inigualable. 

Los gendarmes se ofrecieron a subir el equipaje en la patrulla (espero que sus superiores no los arresten por ello). Pedaleamos hasta la presa y ahí fuimos recibidos por una familia numerosa de lugareños que, aprovechando el puente de Semana Santa, vinieron a pescar mojarra y langostino y a pasar un agradable sábado familiar en la presa. La hospitalidad de los lugareños no conoce límites. Nos recibieron como viejos conocidos y nos ofrecieron una buena dotación de mojarras fritas antes siquiera de que nos presentáramos. 

Nos instalamos en el edificio abandonado que domina la presa. Una familia de burros deambulaba en los alrededores. De la misma forma como lo hicieron las gallinas en Ixtoluca, a primera hora del día siguiente estos simpáticos cuadrúpedos se encargarían de rebuznarnos a todo pulmón al pie de nuestras tiendas de campaña, por si teníamos algún problema para levantarnos a seguir pedaleado.


* * *

Valle de Vázquez azotado por el terremoto.




Ejido Los Hornos, en la salida de Quilamula.


Otra perspectiva de la carretera en el Ejido Los Hornos.


El crucero de Ajuchitlán.


Ejido de Huautla.


Presa de la Cruz Pintada desde la terraza.


Espejo nocturno.


El pedaleante y su sombra.




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Viacrucis cicloturista III. El ángel exterminador de Ixtoluca

on jueves, 11 de octubre de 2018

No me asustan
los desvíos, los puentes,
sólo quiero seguir
acercándome, acercándome
puedo encontrar ese paraíso
acercándome, acercándome
—Soda Stereo, En camino


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La Subida del Comal, de La Mezquitera a Valle de Vázquez.


III. El ángel exterminador de Ixtoluca

Una fuerza extraña nos impedía salir de la ex hacienda el segundo día. La noche en el patio hubiera sido muy agradable, de no ser porque las quemaduras en la piel a causa de la irritación por el sol hacían insoportable tener una camiseta encima y porque los gallos, que trabajan incansablemente los 365 días del año, me obligaron a madrugar.

Dispuesto a empacar rápido desde temprano, me levanté de golpe y deambulé como las gallinas de un lado a otro para acarrear leña, encender la fogata, hacer avena y café, cargar agua para lavar los trastes, bañarme, y a empacar todo en las alforjas para emprender la huida en cuanto los guías dieran la orden. Pero éstos no daban señales de vida.

Cuando por fin lo hicieron eran entre las 8 y las 9 am. Se estiraban y bostezaban, mientras iban soñolientos de acá para allá buscando algo para su desayuno. El día anterior, al llegar, ocuparon a sus anchas una palapa semidestruida, donde alguna vez quizás estuvo el comedor de un restaurante. Desde que empezó el viaje habían tenido algunas dificultades con cámaras y llantas que de milagro llegaron hasta la ex hacienda. Cuando parecía que todo estaba resuelto para partir encontraban una nueva falla en las ruedas y empezaban de nuevo: desmontar la llanta, revisar la cámara, parcharla, inflarla, desinflarla… Al principio no me di cuenta, pero luego descubrí que todo el tiempo permanecieron ahí dentro, como si una fuerza extraña les impidiera abandonar la palapa. Teníamos que haber salido por lo menos desde hacía un par de horas, pero ellos seguían sin poder escapar de su buñuelesca habitación conyugal. Algo extraño ocurría.

A eso de las 13 horas por fin salimos de la ex hacienda. Mi desesperación era tal que, conjugada con la irónica advertencia de que “lo bueno apenas venía”, en referencia a la parte más pesada del viaje, comencé a ver con buenos ojos la idea de tomar otra dirección, hacia las zonas bajas –Jojutla y los balnearios de Tehuixtla y Tilzapotla–. Ante una eventual desbandada, el guía tuvo que echar mano de sus habilidades retóricas para persuadirnos de continuar con la ruta programada. No recuerdo exactamente cuáles fueron sus argumentos, pero funcionó.

No contentos con la demora de más de medio día, bajamos a La Mezquitera para aprovisionarnos de Cocacolas y Gatorades, en una tienda donde ya el día anterior habíamos comprado toda clase de chatarra. Finalmente nos disponíamos a partir cuando descubrí que mi llanta trasera estaba más desinflada que mis ánimos a esas horas. Ya no me quedaba duda: algo extraño ocurría en ese lugar.

Me dolía la cabeza, me ardía la piel, ya me estaba dando hambre pero, sobre todo, comenzaba a ponerme realmente de malas toda esta demora absurda. Me ayudaron a cambiar rápido la cámara ponchada y nos enfilamos hacia Valle de Vázquez. Antes de entrar en la ruta el guía nos informó: “Esta es la Subida del Comal. Con este calor ahora van a enterarse por qué se llama así”. Aquí fue donde empezó a tener sentido la idea de llamarle “Viacrucis bicicletero” a esta aventura.

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Viacrucis cicloturista: II. San Jacinto de Ixtoluca

on miércoles, 3 de octubre de 2018

No me asustan
los desvíos, los puentes,
sólo quiero seguir
acercándome, acercándome
puedo encontrar ese paraíso
acercándome, acercándome
—Soda Stereo, En camino

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II. San Jacinto de Ixtoluca 

Fuimos llegando a eso de las 16 horas, o menos, como a las 17, a la Ex Hacienda de San Jacinto de Ixtoluca, luego de salir de Lorenzo Vázquez y subir por un breve tramo carretero en reparación. Como dije en el post anterior, antes de entrar aquí se despidieron la Doctora y los dos de Tlaltizapán. Ellos regresarían hasta este último municipio y de ahí volverían a sus casas. Les esperaba un recorrido igual o más intenso que el de ida, porque a esas horas cualquier esfuerzo en bici es triple.


Quienes seguiríamos adelante entramos agotados pero muy contentos a Ixtoluca para inspeccionar el lugar y acomodarnos para pasar la noche ahí. En la explanada se encontraban el vigilante del balneario, que acarreaba cervezas cada tanto a unos comensales con los que mataba el tiempo; unas gallinas aparentemente inofensivas que picoteaban el pasto ante la mirada vigilante de su Gayo, así como tres miembros “de la vieja guardia” del MBC que habían llegado por su cuenta y que apenas nos saludaron (supongo que así se acostumbraba en sus tiempos). Traían bonitas bicis, eso sí.

Los recién llegados desempacamos y nos dispusimos a recibir los sagrados alimentos: sángüiches de atún, algo de fruta mallugada y refrescos calientes. Unos minutos después de haber descargado las bicis llegó Reynaldo, el de la Barranca del Muerto, quien hizo el viaje a destiempo en el Pullman hasta Jojutla y de ahí remontó hasta Ixtoluca pedaleando por la carretera Jojutla-Chinameca. En eso estábamos, espulgándonos y quitándonos la mugre de encima, cuando de pronto apareció un personaje local, de nombre Uriel, célebre ciclista de La Mezquitera que nos dio la bienvenida como si fuéramos embajadores de la ONU en bici y nos ofreció su humilde casa, con la amabilidad característica de la gente del lugar, para ir a tomar un refrigerio. Sólo que primero tenía que ir a cerciorarse de que ya estuviera lista la cena.

Mientras tanto, le dimos la vuelta a la Ex Hacienda, fuimos a tomar fotos pal feis de los increíbles amates que escalan los ruinosos muros del lugar, algunos bajaron al río y, finalmente, nos sentamos todos a esperar el llamado de Uriel. Acudimos complacidos todos a cenar a su casa como sólo se puede cenar en un pueblo como ese: frijoles, tortillas de mano, salsa para matar de amor a cualquiera, ayocotes, queso con chile, agua de horchata… nadie querrá irse jamás de un lugar así. Su familia, tan amable como él, nos ofreció incluso pasar la noche ahí, en el patio de su casa.

Volvimos a Ixtoluca y luego de una última conversación nos ocultamos en nuestras tiendas de dormir.

A causa de la insolación, de la quemada de piel a pesar del bloqueador solar, del esfuerzo del pedaleo durante varias horas, del cansancio y hasta de la abundante cena, me resultaba imposible conciliar el sueño. Tenía intenciones de levantarme lo más temprano posible para presionar a los guías de volver rápido al camino pero en estas condiciones era poco probable que ocurriera. De cualquier forma, más tardaría yo en conciliar el sueño que los gallos que merodeaban en el patio en comenzar a cantar religiosamente, a las 4 de la madrugada, justo al lado de la tienda junto a mi cabeza.

***



 







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Viacrucis cicloturista: I. Primera parada

on martes, 25 de septiembre de 2018


No me asustan
los desvíos, los puentes,
sólo quiero seguir
acercándome, acercándome
puedo encontrar ese paraíso
acercándome, acercándome

—Soda Stereo, En camino


Voy a dividir este post en varias entradas, porque fue un viaje largo, con muchísimo que contar de cada lugar, etapa, gente, comida, animales, momentos, asoleadas…

I. Primera parada

En semana santa, el Movimiento Bicicletero de Cuernavaca (MBC) organizó una rodada cicloturista a la que denominó Viacrucis bicicletero. Decidí unirme por el interés que se ha ido despertando en mí de realizar un viaje cicloturista de largo aliento, a cualquier parte del país e incluso fuera. Así que acudí puntual a la cita el jueves 29 de marzo, en el emblemático Palacio de Cortés, punto de arranque de toda historia posible e imposible.

Debo confesar, antes de continuar, que me sentí un poco decepcionado al llegar a la cita porque, al encontrar a los contertulios de la rodada, me percaté de que la mayoría venía con poco equipaje. Esto me sorprendió, pues yo pensaba que para un viaje de cuatro días hacía falta algo más que una simple mochilita de agua. Pero ya estaba ahí, y ni modo que me regresara a mi casa a dejar lo que ahora parecía una sobrecarga de equipaje; además, para mí toda aquella carga parecía indispensable, así que siempre era posible que ellos estuvieran mal equipados, no que yo estuviera proveído en exceso, en fin…

Como el viaje tuvo varios puntos de salida y llegada, se dividió, como este post, en varias etapas, la primera de las cuales fue el arranque, del centro de Cuernavaca a Tlaltizapán. Bajamos al Polvorín y tomamos la pista. Yo nunca había salido con dos alforjas repletas y bolsa de dormir, así que la Crítica de la Razón Pura (así se llama mi amada Serfas, a quien de ahora en adelante llamaré CRPu) se sentía bastante pesada y un poco más difícil de maniobrar que de costumbre, pero parecía dispuesta a aguantar lo que se le pidiera.

El descenso por la pista hasta la salida a Chiconcuac estuvo muy bien. La CRPu iba lenta pero con paso firme. Al tomar la desviación al aeropuerto en dirección oriente, hacia un lugar que en el mapa aparece como Lomas del Manantial, hay un pequeño ascenso insignificante pero que, con carga en la bici, puede hacerle ver a uno lo que le espera más adelante.

Llegamos al crucero y bajamos por la carretera Tejalpa-Zacatepec hacia Chiconcuac. Pasamos Los Laureles, Santa Rosa 30-30 y en el crucero de Plan de Ayala (inconfundible porque hay un Oxxo, como en todos los cruceros) giramos hacia la izquierda, por la carretera Galeana-Cuautla, rumbo a Tlaltizapán, hasta llegar al cuartel del Comandante Supremo del Ejército Libertador del Sur a pasar lista.

Foto y toda la cosa, y luego a zocalear las rigurosas quesadillas y tlacoyos de chales, requesón y papa.

Antes de llegar a Tlaltizapán se nos unió un compa que venía en una bici híbrida que sufrió terriblemente la terracería posterior, y en el pueblo se juntó un ciclista más. De Cuernavaca salimos Tuning Bike y señora, Lizette Zoraida, ambos guías; la Doctora Nelly Furtado (el apellido es invención mía); Reynaldo Arenas, visitante proveniente de la Barranca del Muerto (también invención mía el segundo nombre); Armando, el ciclista de la novatada, y yo, igual novato pero curtido en la Subida a Chalma.

Luego de los tlacoyos volvimos al camino saliendo de Tlaltizapán por una ruta de terracería llamada en sus inicios Paseo del Campesino, que desemboca, primero, en Los Dormidos, una ranchería muy pobre, de unas diez casas, que ni siquiera aparece en el mapa, donde no tienen una gota de agua pero sí Jarritos y Coca-Cola, así como un salón del Conafe donde, sospecho, hace mucho que nadie se ha parado. Luego, uno va a dar al pueblo soleado y silencioso de Lorenzo Vázquez. Para entrar ahí viniendo de Los Dormidos hay que mojarse los pies en una porción no muy profunda del río Cuautla.

Este camino atraviesa el rombo semidespoblado que se forma entre los cuatro vértices de Temilpa Viejo, Jojutla de Juárez, Chinameca y Valle de Vázquez. Lo divide una sierra majestuosa cuyo nombre desconozco, la cual flanquea vigilante el Paseo del Campesino. Hay aquí una gran cantidad de ganado vacuno, espectáculo sin igual para el citadino acostumbrado a ver carros y más carros en las ciudades.

Un paraíso de 30 grados para arriba en esta temporada, bañado de sol y hundido en un silencio abrumador que sólo se rompe con el mugir de las vacas y el paso esporádico de algún ganadero en su camioneta.

***




La CRPu bien ataviada para el viaje.




Zona cañera, en la carretera Galeana-Cuautla.




Dirección a Las Estacas, por si alguien ocupa un chapuzón de agua helada.



Parada del transporte público antes de entrar a Tlaltizapán, o futuro puesto de elotes.




Cuartel General de Mi General (válgame) Emiliano Zapata Salazar en Tlaltizapán.




La CRPu posando para la foto. El sombrero calentano provee mejores servicios que el casco Fox en estos casos.




En el zócalo de Tlaltizapán. Ese bote en el portavasos era agua de naranja con hielo, que media hora después se estaba fermentando a causa de la calors.




El Paseo del Campesino rumbo a Los Dormidos.




La sierra de Tlaltizapán.




Justo a la mitad de ese rombo que se asemeja a la península del Indostán se encuentra Los Dormidos. Favor de ignorar la promesa de 3 h 47 min para hacer todo ese recorrido.

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En bici

on miércoles, 1 de agosto de 2018



Comencé a usar la bici más o menos en octubre de 2015. Le compré una bici de montaña de cuadro Serfas a un compa que se mudaba a otra ciudad con su chava y estaba deshaciéndose de algunas cosas. Se la compré en abril pero la tuve estacionada durante seis meses, porque me daba un poco de miedo (y vergüenza) comenzar a pedalear por las calles siendo todo un inexperto.

Así que empecé a pedalear por esas fechas y tuve algo así como un entrenamiento de seis meses en los que empecé a recorrer la ciudad, cada vez en distancias más largas.

A finales de ese año me cambié de casa, a una de las zonas más altas de la ciudad, así que tuve que disponerme a realizar recorridos forzados de regreso en una de las pendientes más pronunciadas de la ciudad.

Aunque sólo me considero como alguien que pedalea y no como un "ciclista" (podemos dejarle esa denominación a los auténticos profesionales del pedal o a los santones de la Iglesia Bicicletera de los Últimos Días), haciendo estos recorridos de vuelta a casa pude desarrollar una condición y resistencia suficiente para poder aguantar en rodadas (cicletadas, como le dicen los chilenos) de un mayor grado de dificultad.

A partir de marzo de 2016, un año después de haber comprado la Serfas y seis meses después de haber empezado a usarla, comencé a irme al trabajo en bici. Esto para algunos puede no sonar a la gran cosa, pero en Cuernavaca, una ciudad con 46 barrancas que, por ello mismo, está llena de interminables subidas y bajadas, se convirtió en todo un reto, toda una experiencia de conocimiento de la ciudad, y toda una aventura al avanzar cada centímetro hacia mi destino, ya fuera de subida o de bajada (¡pero sobre todo de subida!).

Esto también contribuyó notablemente al desarrollo de una buena condición de ciclista urbano, porque para volver a casa es necesario que subir tres pesados kilómetros, y para ir al trabajo, es necesario subir algo así como 7-8 kilómetros quizá no tan pesados como aquellos tres pero sí muy demandantes.

No tengo fotos de esos primeros pedaleos por la ciudad porque me enfocaba más en hacer capturas de pantalla al celular para saber cuántas calorías había quemado durante un recorrido. Así que, para cerrar esta primera entrada, dejo aquí la captura de pantalla de mi primer desplazamiento al trabajo en bici, un 3 de marzo de 2016, a las 9 de la mañana. Fueron diez kilómetros, en 58 minutos. Quemé 257 calorías.


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