Día 3: la biznaga gigante

on lunes, 4 de mayo de 2020

Háblenme montes y valles,
Grítenme piedras del campo;
Cuándo habían visto en la vida,
Querer como estoy queriendo,
Llorar como estoy llorando,
Morir como estoy muriendo.

Cuco Sánchez

 
 Tierra de gigantes.

 
Tepexi de Rodríguez. 28 de diciembre. Nuestro destino hoy es Tehuacán, o San Juan Raya, o hasta donde alcance.

Salimos del balneario-escuela de futbol de Tepexi, más o menos temprano.
 

Pedaleando un poco de subida hacia el centro, encontramos en una esquina, junto al mercado, un carrito de atole y tamales. En realidad hay uno en cada esquina.

Nos acercamos al primero. Pedimos torta de tamal, de dulce y de verde, para el momento y para después. Más vale comenzar con la barriga llena. Y seguir con la barriga llena.
 

Entre las curiosidades hay un atole de textura opaca.
 

—¿Éste de qué es?
—Maíz azul.
—A ver, deme uno.
 

Nunca vi algo parecido.
 

Delicioso.

***

No se puede entrar ni salir de Tepexi sin haber escalado una subida infernal. Esa es la moraleja. Para salir hoy debemos trepar hacia el libramiento que nos conecta con la carretera a Acatlán de Osorio. Es la misma ruta por donde veníamos ayer desde El Rosario Xochitiopan.
 

Por alguna razón tengo la idea de que nos dirigimos hacia el norte. Falso. Vamos en dirección sureste, escalando hacia el altiplano. ¿Altiplano? Pues sí. Eventualmente llegaremos a un punto lo suficientemente elevado como para asemejarse al desierto potosino o algo parecido: zona árida, altas temperaturas, cactáceas, dinosaurios, fósiles, ovnis, alienígenas, alucinógenos... ¿O estamos bajando? A ver: Izúcar de Matamoros está a 1200 msnm, Tepexi a 1700… Confirmo: hemos ido subiendo. O sea que ir hacia el sur no es ir de bajada, ¿ok?
 

Salimos, pues, de Tepexi. Subida de 1000º de inclinación. Tomamos una recta. Nuestra primera parada será San Mateo Zoyamazalco, lugar de la palma y el venado. En el camino pasaremos por Cuatro Rayas, San Juan Ixcaquixtla…
 

—¿Adónde van?
—San Juan.
—¿San Juan Ixcaquixtla?
—No, San Juan Raya.
—Ahhhh, no conozco, ¿y eso dónde es?
—Mmmm… para allá.
 

…el citado San Mateo, San Martín Atexcal, San Nicolás Tepoxtitlán, llegaremos a San Juan Raya y, por último, Zapotitlán Salinas. En realidad, como dije, tendríamos que pedalear hasta Tehuacán. Pero el día no alcanzará. O alcanzaría pero, sin conocer, preferimos no arriesgarnos. Mejor parar en puerto seguro. Descansar. Continuar al día siguiente.

***

Los primeros tres pueblos pasaron de largo sin que dejáramos de pedalear. En Ixcaquixtla tomamos una vereda hacia Zoyamazalco, un atajo. El valle está repleto de agave. Deben tener buenos aguardientes en la región.
 

Ya en San Mateo llegamos a tiempo para la boda. Al ir entrando al pueblo vemos que la iglesia está vestida de gala, ya lista para un casorio.
 

Vamos hasta el zócalo, nos paramos frente a la ayudantía.
 

Comenzamos a husmear en busca de comida. De pronto, se escucha una banda de viento acercándose. Ahí está, al doblar la esquina, y pasa de largo rumbo a la iglesia.
 

Como sabemos, es costumbre muy de pueblo mexicano eso de sacar a la novia de su casa y llevarla hasta el altar a tamborazos. Tenemos evidencia etnográfica. Pero, ¿casarse un 28 de diciembre? Esperemos que nadie salga con aquello de la inocente palomita…
 

Como decía, buscamos una fonda aunque traigamos la alforja llena de tamales. En el número 112 de 3 Sur, la señora Ramírez y familia nos sirven chicharrón con chile y nopales. Afuera, el sol cae como si fuera el día del juicio. No me queda claro si me hace sudar copiosamente el diabólico caldito a base de chile guajillo o este calor infernal de medio día. Lo que sí queda claro es que en estos momentos sudo más estando inmóvil que pedaleando. Bueno, barriga llena y a seguir. Es bajada y eso ayuda al desempance.
 

Llegamos a San Martín. Hay que rodear un poco el poblado y continuar de largo. Ya cuando el pueblo queda a nuestras espaldas, en el horizonte se ven las heridas de un camino surcando las montañas. Es como la escalera al infierno en lenguaje ciclista. Imploramos al dios Mazatl que no nos lleve por ahí. Como nuestro dios sí nos quiere, nos manda por otro camino, menos tormentoso.

 ***

Estamos entrando a la reserva de la biosfera. Está prohibidísimo "extraer y retirar la flora, la fauna y plantas medicinales". Los letreros lo advierten cada tanto a ambos lados del camino. Llegamos al entronque a San Nicolás.
 

Igual que otros pueblos, en la entrada hay un arco de flores que le da la bienvenida al forastero.
 

Pueblo fantasma.
 

En la ventana de una casa cuelga un letrero misterioso, pero no como en las películas, que es agitado por un aire polvoriento de western a la Clint Eastwood. No, aquí el aire caliente está estancado, como en una olla de agua hirviendo sobre la leña.
 

El letrero dice que se vende pulque. Y se antoja. Pero pedalear así... mmm, no lo sé.
 

Unos metros adelante nos topamos con la tienda del pueblo. Afuera, dos dignatarios locales matan el tiempo y el calor con una cerveza bien fría. Unos pasos más adelante, una viejecita de edad indescifrable, con la jícara de pulque en la mano, nos saluda muy sonriente.
 

Eso te hace el pulque: sonreír. O ser feliz. O ambos. Lo bebes y te agarra el payaso. Pienso que don Cuco Sánchez se empinó dos o tres jarras y luego se le aparecieron los conejos, montes y valles parlanchines, piedras del campo gritonas.
 

—Esa cosa es alucinógena —advierto.
—Pues órale, vas —me la devuelven.
 

Mejor esperaré un poco. 

***

El camino a San Juan es una vereda recta, en medio de un extenso valle desértico, que sube y baja suavemente como un oleaje misterioso. De vez en cuando aparece de pronto, atrás de nosotros, alguna camioneta silenciosa, cargada con la familia completa, que pide paso para continuar hacia algún lugar desconocido. A lo mejor van a la boda, o aquí nomás a dar la vuelta, o quizás ya de regreso a casa… quién sabe.
 

Tras ella se levanta una nube de polvo que nos obliga a frenar un poco.
 

Nos orillamos un poco y alzamos la mano en amistoso saludo. El intercambio de insultos entre ciclistas y automovilistas es patrimonio de la ciudad. Aquí hay otra cosa.
 

Pedaleamos despacio, disfrutamos estoicamente el embate del sol sobre nosotros. Cambio el casco por el sombrero. Estamos en medio de la nada y, a menos que uno se vaya estúpidamente contra una biznaga, difícilmente caerá. Así que mejor cubrirse la cabeza.
 

Observamos las piedras, los cactus, que primero son escasos pero, poco a poco, comienzan a proliferar en número y especie y a extenderse interminablemente, hasta donde alcance la mirada y hasta volverse una presencia abrumadora: esta es su casa. Nosotros nomás vamos pasando.
 

El cielo azul, que lo abarca todo, de vez en cuando nos regala un poco de sombra con el movimiento de nubes que brincan de acá para allá, que en un momento están y al siguiente ya se han ido.

***

Entronque: a la derecha, el Parque Ecoturístico de Turritelas; siguiendo derecho, San Juan Raya.
 

De lejos parece otro pueblo fantasma pero no. Conforme nos acercamos la gente va apareciendo, y no es poca.
 

Unos pasos adelante está, a la derecha, el Museo Comunitario Paleontológico. En nuestro plan de viaje consideramos pasar la noche ahí. Vamos a ver. Al menos dos lugares ofrecen el servicio de hospedaje y acampada. Preguntamos y nos mandan al Centro Ecoturístico.
 

La guía nos recibe con la letanía de paquetes y recorridos para turistas. Lo repite de memoria. Entre los atractivos está el recorrido a conocer la biznaga gigante. Gracias por la información pero, insisto, vamos a ver.
 

Le echamos un ojo a las artesanías. En realidad buscamos un baño. Y comida, para no variar. Y una cerveza. Y pulque.
 

—¿El señor es su papá?
Risas.
—No, somos amigos.
—¿Quiere pulque? —la señora llama a un niño de unos diez años que parece coordinar todas las operaciones a la entrada del Centro Ecoturístico.
—Yo quiero una cerveza.
—Allá en la tienda le venden. ¿Usted sí quiere pulque? Vamos, lo llevo, es aquí a la vuelta.
 

Como digo, el niño es un consumado guía de turistas. Podría ser el ayudante municipal si se lo propusiera. Lo sabe todo y rápidamente nos atrapa con la promesa del pulque y otros mil atractivos turísticos que no aparecen en la guía, pero que él conoce.
 

Su abuelo produce el pulque. Pero, nos dice el niño, ahorita no está. Él sabe raspar, su abuelo lo enseñó.
 

—¿Ustedes saben raspar? —pregunta.
—Yo nomás me lo tomo.
—A mí no me gusta el pulque.
—Es aquí a la vuelta —nos lleva.
 

Su madre vigila sus movimientos a través de la ventana de la casa de enfrente. Suponemos que es su madre, aunque se ve bastante joven.
 

El niño nos cuenta el origen del museo y del centro ecoturístico: hubo un tiempo en que la gente vivía de venderle cactus y fósiles a los oportunistas de siempre, saqueadores. A los lugareños que andaban en eso los agarró la autoridad, los llevó a la cárcel. Para sacarlos tuvieron que pagar una costosa fianza. Hubo que buscar recursos. Se organizaron y crearon el museo y el centro ecoturístico, que ahora le sirven al pueblo para atraer turistas e ingresos, y para proteger lo único que tienen, esta área natural protegida.
 

Por eso está prohibido llevarse los fósiles. Y los cactus.
 

Mientras nos cuenta todo esto, me sirve un tarro y me da una cátedra de raspador de pulque: si raspas antes, sale amargo; si raspas después, sale flaco; si raspas por arriba y sin pedir permiso se te amarga, si raspas… A su corta edad conoce todos los secretos de las pencas. Y mil cosas más.
 

—¿No quiere sentarse? —me pregunta la mamá.
 

Tomo asiento. Con cada trago todo comienza a volverse liviano. Aquel maguey parece agitarse con el viento. En realidad parece haber adquirido un movimiento ondulatorio. Estos Echinocactus parece que brillan, y aquellos Ferocactus creo que ya se enojaron. El niño me observa fijamente, con una sonrisa semejante a la del Gato Risón. Le echo un ojo a las bicis para asegurarme de que siguen estacionadas junto a mí y no han caminado, y me pregunto… me pregunto… Como la vaca de Nietzsche, he olvidado ya lo que me preguntaba.

Muevo un pie contra el suelo y descubro un caracol fosilizado. Los fósiles se encuentran así, a ras de suelo, ni siquiera hay que escarbar, saltan a borbotones.
 

—¿Qué es eso, un fósil? —se adelanta el niño—. No se lo puede llevar, démelo. 

Se lo entrego antes de que me denuncie.

***

Evaluando la situación, calculamos varias horas más de pedaleo. La perspectiva de quedarnos aquí no resulta convincente.


Montamos las bicis y emprendemos la retirada. Esperamos llegar a Zapotitlán o, si se puede, a Tehuacán, unos treinta o cuarenta kilómetros desde aquí, bajada y subida.


De San Juan Raya nos saca un camino de terracería en descenso, así que el pedaleo, aún bajo los efectos del pulque, no es complicado (sólo cuando se te pasa el efecto y comienza a pegarte la cruda puedes llegar a lamentarlo).


Atravesamos el cauce de un río seco un par de veces y luego trepamos hasta una planicie que finalmente nos saca a la carretera. Antes de llegar al entronque Huajuapan-Tehuacán vemos el anuncio de huellas de dinosaurio, y más adelante, el de Los Reyes Metzontla, pueblo conocido por sus fantásticas artesanías de barro.


Comenzamos a subir. Al poco rato, ya con la última luz del día, llegamos a Zapotitlán. Los últimos destellos del atardecer bañan las colinas y laderas, abundantes de cactus, dándoles un aspecto vivaz e imponente. Todo es, al mismo tiempo, desértico y verde.


Podemos detenernos aquí: está el parque botánico Helia Bravo Hollis, donde se puede acampar. O podemos seguir. Pero no conocemos el camino. Y se hace de noche… Y es carretera…


Mejor detenerse.

Y mañana seguir.




Atole de maíz azul.

Tepexi desde las alturas.

Atajo de San Juan a San Mateo.


Un descanso.

Campo de agaves y árboles retorcidos.

Aeronaves en la tierra del venado.

Vámonos a la boda.

La selfie del día.

San Martín Atexcal.

Parecemos nubes.

En camino. 

Como los altos cipreses negros.

La loma, la parada del camión y la señalización oxidada.

San Nicolás Tepoxtitlán.
 
Tabicón vs adobe.
  
 

Dedos largos rascando la nube.

Todo derecho hasta topar con…

Reserva.

Tómame una foto aquí con mi amigo el chaparrín.

El eje del cosmos.

Paisaje sublunar. 

Estacionamiento para bicis en la pulcata de San Juan Raya.

Adiós, amigo, adiós viajes, adiós salvajes…

El último apaga la luz.

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