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7 libros

on sábado, 9 de mayo de 2020

Ahora va el reto de los libros. Como se trata de ir publicando uno por día, los iré agregando aquí conforme los vaya poniendo en el feis. Deben ser siete pero yo encontré un montón.

Este reto consiste en, cito otra vez, “publicar portadas de libros [que son/han sido] especiales para mí, uno por día, por siete días consecutivos”. 

La invitación decía "sin comentarios", pero ¿en serio creemos que una imagen dice más que mil palabras? Yo tampoco. 

Aquí va:

día 7


No leí este libro en una clase de literatura sino en una de antropología, hace mucho tiempo. Me fascinó la forma en que Conrad utiliza recursos literarios para crear un ambiente lleno de misterio en un relato que consiste en el viaje de un marino inglés a la selva africana, y cómo, en el transcurso de ese viaje (digamos, el descenso de Dante al Infierno) va encontrando y descubriendo a su paso un lugar hostil, radicalmente ajeno, inescrutable, indecible, misterioso, “un duro peregrinar en medio de vislumbres de pesadilla”… Marlow narra a sus compañeros marinos una historia: contratado por una compañía europea con intereses coloniales en el Congo, inicialmente para reemplazar al director asesinado de una expedición en el país africano, tiene la misión de ir en busca de un personaje que se ha adentrado en las profundidades de la selva, desobedeciendo las órdenes de sus superiores y cometiendo “crímenes atroces”. Esa es la historia, que normalmente es presentada como una crítica contra el colonialismo europeo de finales del siglo XIX, así como contra el pensamiento racista en que se sostenía el avasallamiento y el despojo de los pueblos del mundo cometido por los europeos, en nombre de la “gran causa del progreso” y la civilización: nosotros, los blancos, tenemos el deber moral de ir a civilizarlos a ustedes, pinches negros (o pinches indios). La historia fue llevada al cine magistralmente por Francis Ford Coppola en 1979 (Apocalypse now), en una adaptación al momento histórico de la guerra de Vietnam, en la que se pone precisamente en esto el énfasis de la historia. La imagen con la que empieza la película, sacada tal cual de la novela, es elocuente: los cañones de los barcos franceses bombardeando sin sentido la selva africana, los helicópteros estadounidenses rociando con napalm la selva vietnamita. La novela de Conrad registra un relato profundamente racista (el relato de Marlow a sus compañeros marinos), que opone por un lado la claridad, la luz, el progreso, la civilización de los europeos, a la oscuridad, “la noche de los primeros tiempos”, “lo sobrenatural”, la barbarie, el salvajismo, el horror en el que se adentran mientras navegan río arriba en la selva. En el fondo, el malestar, la náusea que provoca ese encuentro con el otro, incomprensible, carente de significado, proviene de la conciencia de compartir con él una humanidad común.

Hay decenas, por no decir cientos, de ediciones de este libro, en todos los idiomas. Yo lo leí en la de Lumen. Pongo aquí la ficha de RBA. La portada es de una edición ilustrada (en inglés) que se publicó en 2013 con imágenes de Matt Fish (https://tinhouse.com/heart-of-darkness-page-54-a-look-into-the-process/). 


Joseph Conrad 
El corazón de las tinieblas 
RBA Coleccionables, Barcelona, 2005 [1899]



día 6



Uno de esos libros que un día se te ocurrió prestar y nunca volvieron (si estás leyendo esto es hora de devolverlo). El protagonista es un escritor, pobre, que se muere de hambre y que deambula por las calles húmedas y oscuras de una ciudad gélida y terrible, oscura y húmeda, de escandinavia. Comienza con una frase como esta: "Eran las épocas en que vagaba con el estómago vacío por las calles de Cristianía". El protagonista, un personaje kafkiano hundido en la miseria y su corolario el hambre, vive de escribir artículos para un periódico pero su fuente de ingresos se agota, hasta que llega al punto en que no puede pagar la comida, ni la renta, ni el vestido, ni nada que le permita vivir dignamente. Así que sobrevive mientras le llega el otoño, "la estación delicada y fresca en la que todas las cosas cambian de color y pasan de la vida a la muerte". Mientras tanto se arrastra en su habitación, rasguña las paredes, sale a mendigar un hueso, engaña el hambre chupando piedras o trozos de madera. Es un vago, pasa el día de acá para allá, hostigando a mujeres, inventándose que las corteja y que ellas aceptan sus gestos, insultando a ancianos en el parque, escabulléndose de la patrona que le exige la renta, inventando historias de persona honorable en la casa de empeño, divagando durante horas sobre la severidad e injusticia con que dios lo pone a prueba una y otra vez de esta forma horrenda: «Tenía tanta hambre que los intestinos se retorcían en mi estómago como serpientes, y en ninguna parte estaba escrito que yo pudiera comer algo antes de que terminara el día. A medida que el tiempo pasaba, me sentía más decaído física y moralmente, me dejaba influir por pensamientos cada vez menos honestos. Para salir del apuro, mentía sin vergüenza, estafaba su alquiler a las pobres gentes. Incluso tenía que luchar contra los más viles pensamientos, como el de empeñar las colchas de otro. Todo ello, sin pena; sin remordimientos de conciencia. Signos de descomposición comenzaban a aparecer en lo más íntimo de mi ser, que se enmohecía cada vez más. Y desde lo alto del cielo, Dios me seguía con atenta mirada y vigilaba para que mi caída se cumpliera con todas las reglas del arte, lenta y firmemente, sin romper la cadencia. Pero en el abismo infernal, los traviesos diablos se erizaban de furor, porque yo tardaba demasiado en cometer un pecado mortal, un pecado imperdonable por el cual Dios, en su equidad, se vería obligado a precipitarme en él…»
La portada que pongo aquí es de una vieja edición alemana, muy bonita. En cuanto a la edición en español, en Gandhi se encuentra una edición de Factoría y una de Porrúa. Yo leí la edición de Orbis.

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Knut Hamsun
Hambre
Orbis (Premios Nobel 1920), Barcelona, 1983



día 5




Por culpa de la mercadotecnia, supongo, la gente comienza con un autor leyendo sus obras más difíciles. En el caso de Kundera, casi todos lo hacen siempre con La insoportable levedad del ser, que hasta película tiene y que si bien es menos pesado que otros de sus libros (El libro de la risa y el olvido, La vida está en otra parte, La broma) puede llegar a volverse insoportablemente enredado. Pero no tanto como los últimos libros de este autor, que son insoportables a secas. Éste, La inmortalidad, para mi gusto es demasiado intelectual y absurdamente extenso (lo cual se necesita por las pretensiones narrativas del autor, que dirige sus libros más a sus críticos que a otro tipo de lectores, aunque ése es otro asunto); pero a mi parecer se encuentra entre los mejores que escribió Kundera en toda su vida. ¿Que por qué me gusta? Los pasajes de ensoñaciones, la manera en que vuelve significativos los gestos insignificantes de sus personajes, la forma en que construye a sus personajes y se relaciona con ellos, cómo narra sus historias, el humor al que recurre para ello (la ironía de sus situaciones), las rememoración frecuente de las condiciones del régimen socialista en su país, y anécdotas como esta: «El mismo año en que murió Goethe, ella le contó en una carta a su amigo, el conde Hermann von Pückler-Muskau, lo que había sucedido aquel verano de hacía veinte años. Dijo que se lo había contado personalmente Beethoven. Éste hacía ido a pasar en 1812 (diez meses después de los negros días de las gafas rotas) unos días a Karlovy Vary, donde se había encontrado por primera vez con Goethe. Un día salieron a pasear. Iban juntos por la alameda del balneario y de pronto apareció frente a ellos la emperatriz con su familia y la corte. Goethe, al verlos, se apartó del camino y se quitó el sombrero. En cambio Beethoven se caló aún más el sombrero, puso cara de enfado, con lo cual sus pobladas cejas crecieron unos cinco centímetros, y siguió caminando sin reducir el paso. Fueron ellos, los nobles, quienes se detuvieron, se hicieron a un lado, saludaron. Cuando estuvo a cierta distancia de ellos se detuvo para esperar a Goethe. Y le dijo todo lo que pensaba sobre su humillante comportamiento de lacayo. Le riñó como a un mocoso».

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Milan Kundera 
La inmortalidad
Tusquets (Andanzas), Barcelona, 1990, 412 páginas
 



día 4


 
«Sociedades sin fe, sin rey, sin ley». Así llamaron los primeros europeos que llegaron al nuevo mundo a las sociedades indígenas con las que se encontraron; gente no civilizada, donde había jefes pero nadie mandaba y, sobre todo, nadie obedecía. Para ellos esto era inconcebible porque, desde la antigüedad, vivieron bajo el dogma de la imposible separación de lo social y lo político. La esencia de lo social está en lo político, y la esencia de lo político es la separación de la sociedad entre dominadores y dominados. Para ellos, los europeos, no existe sociedad si no es bajo la égida de los reyes; allí donde falta el ejercicio del poder nos encontramos con la no sociedad. El descubrimiento de las sociedades salvajes vino a poner en cuestión este dogma, entre otras cosas. ¿Qué es la sociedad salvaje?, se pregunta Clastres. Respuesta: una sociedad sin Estado. ¿Y qué es el Estado? El signo acabado de la división, la muerte de la sociedad. El Estado es una ley que se impone de fuera a la sociedad, dividiéndola: «Como sociedades completas, acabadas, adultas y no ya como embriones infrapolíticos, las sociedades primitivas carecen de Estado porque se niegan a ello, porque rechazan la división del cuerpo social en dominadores y dominados. La política de los salvajes se opone constantemente a la aparición de un órgano de poder separado, impide el encuentro siempre fatal entre la institución de la jefatura y el ejercicio del poder. En la sociedad primitiva no hay órgano de poder separado porque el poder no está separado de la sociedad, porque es ella quien lo detenta como totalidad, con vistas a mantener su ser indiviso, de conjurar la aparición en su seno de la desigualdad entre señores y sujetos, entre el jefe y la tribu.»

--
Pierre Clastres
Investigaciones en antropología política
Gedisa, Barcelona, 1981 [1980], 255 páginas
[https://archive.org/details/clastrespierreinvestigacionesenantropologiapolitica1981/mode/2up]



día 3





Encontré este libro en una librería de segunda mano, arrumbado junto con otros desamparados debajo de una mesa de saldos. Pensé que se trataba de un libro de historia. Me equivoqué: al contrario de lo que algunos piensan, no trata sobre el momento histórico que todos conocemos como tal (la ilustración, el iluminismo), sino de la forma de dominio del mundo que justamente quedó expresada en el “sal de tu minoría de edad” que Kant le asestó a la modernidad temprana, pero que, para Adorno y Horkheimer, consiste en el progresivo desencantamiento del mundo que en occidente viene desde la antigüedad griega y que desemboca en los campos de concentración de la segunda guerra mundial; primero, la lucha contra la magia y el mito; luego, la lucha contra la religión y las formas de la sociedad tradicional; y por último, el fascismo, contra el cual este libro es una diatriba virulenta: «Cada vez que con una nueva forma de sociedad se han afirmado en la historia del mundo una nueva religión y un nuevo modo de sentir, han sido abatidos por lo general —junto con las viejas clases, estirpes o pueblos— los viejos dioses. Pero especialmente cuando un pueblo, en base a su propio destino (como por ejemplo los judíos), pasa a una nueva forma de vida social, los hábitos, los ritos sagrados y los objetos de veneración son transformados en delitos horrendos y en espectros aterradores. Los miedos e idiosincrasias de hoy, los rasgos de carácter depreciados o detestados, pueden interpretarse como cicatrices de violentos progresos en la evolución humana. Del rechazo de los excrementos y la carne humana hasta el desprecio del fanatismo, de la holgazanería y de la pobreza (espiritual y material), hay una sucesión de comportamientos que —adecuados y necesarios antaño— se convirtieron poco a poco en abyectos y repugnantes. Es al mismo tiempo la línea de la destrucción y de la civilización».



--

Max Horkheimer & Theodor W. Adorno

Dialéctica del iluminismo
Sudamericana, Buenos Aires, 1997 [1944], 302 páginas




día 2



Uno comienza buscando libros “prohibidos” y de pronto viene a dar con esto, que efectivamente dio pie a un juicio por obscenidad en Estados Unidos. Sus páginas van todo el tiempo por ahí, una tras otra nos describen las andanzas del personaje (el mismo Miller, casi todos sus libros son autobiográficos) en el París de los años treinta, de un burdel a otro. Miller es precursor del movimiento beatnik y del hipismo, por su estética fragmentaria, por sus motivaciones, por sus ambientes, por el sinsentido en el que deambulan sus personajes, por la crítica que hacen de su tiempo, incluso por sus intenciones terapéuticas: «En cierto modo la comprensión de que no había nada que esperar tuvo un efecto saludable para mí. Durante semanas y meses, durante años, durante toda mi vida, de hecho, había estado esperando que algo ocurriera, algún acontecimiento intrínseco que transformase mi vida, y en aquel momento, inspirado por la desesperanza de todo, sentí como si me hubieran quitado un gran peso de encima […] Mientras caminaba hacia Montparnasse, decidí dejarme llevar por la corriente, no oponer la menor resistencia al destino, como quiera que se presentase. Nada de lo que me había ocurrido hasta entonces había bastado para destruirme; nada había quedado intacto salvo mis ilusiones. Personalmente estaba intacto. El mundo estaba intacto». 

--
Henry Miller 
Trópico de cáncer 
RBA (Historia de la Literatura), 1995 [1934, 1966], 288 páginas




día 1



La historia transcurre en el ambiente madrileño de finales del sigo XIX y principios del XX; pero obviamente es mucho más que eso: las obras de Baroja, creo que la mayoría, muestran un mundo en decadencia a causa de la creciente industrialización de su época, pero también son un registro del espíritu oscuro y pesimista que quedaba como residuo de ese mundo en crisis. De ahí salían personajes marginales, anarquistas, desempleados famélicos, obreros con el rostro ennegrecido por el carbón de las fábricas, incubando en sus almas el pensamiento crudo, radical, que sería el germen de futuras revoluciones. Esos pensamientos articula Silvestre Paradox, el protagonista: «Nunca como en ese tiempo de progreso habrá mayores odios ni más grandes melancolías. El consuelo de achacar la culpa a algo, a algo fuera de nosotros, desaparecerá, y el suicidio tendrá que ser la solución única de la humanidad caída».


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Pío Baroja 
Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox
Espasa Calpe (Colección Austral), Buenos Aires, 1954 [1901], 207 páginas

***

 




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Día 3: la biznaga gigante

on lunes, 4 de mayo de 2020

Háblenme montes y valles,
Grítenme piedras del campo;
Cuándo habían visto en la vida,
Querer como estoy queriendo,
Llorar como estoy llorando,
Morir como estoy muriendo.

Cuco Sánchez

 
 Tierra de gigantes.

 
Tepexi de Rodríguez. 28 de diciembre. Nuestro destino hoy es Tehuacán, o San Juan Raya, o hasta donde alcance.

Salimos del balneario-escuela de futbol de Tepexi, más o menos temprano.
 

Pedaleando un poco de subida hacia el centro, encontramos en una esquina, junto al mercado, un carrito de atole y tamales. En realidad hay uno en cada esquina.

Nos acercamos al primero. Pedimos torta de tamal, de dulce y de verde, para el momento y para después. Más vale comenzar con la barriga llena. Y seguir con la barriga llena.
 

Entre las curiosidades hay un atole de textura opaca.
 

—¿Éste de qué es?
—Maíz azul.
—A ver, deme uno.
 

Nunca vi algo parecido.
 

Delicioso.

***

No se puede entrar ni salir de Tepexi sin haber escalado una subida infernal. Esa es la moraleja. Para salir hoy debemos trepar hacia el libramiento que nos conecta con la carretera a Acatlán de Osorio. Es la misma ruta por donde veníamos ayer desde El Rosario Xochitiopan.
 

Por alguna razón tengo la idea de que nos dirigimos hacia el norte. Falso. Vamos en dirección sureste, escalando hacia el altiplano. ¿Altiplano? Pues sí. Eventualmente llegaremos a un punto lo suficientemente elevado como para asemejarse al desierto potosino o algo parecido: zona árida, altas temperaturas, cactáceas, dinosaurios, fósiles, ovnis, alienígenas, alucinógenos... ¿O estamos bajando? A ver: Izúcar de Matamoros está a 1200 msnm, Tepexi a 1700… Confirmo: hemos ido subiendo. O sea que ir hacia el sur no es ir de bajada, ¿ok?
 

Salimos, pues, de Tepexi. Subida de 1000º de inclinación. Tomamos una recta. Nuestra primera parada será San Mateo Zoyamazalco, lugar de la palma y el venado. En el camino pasaremos por Cuatro Rayas, San Juan Ixcaquixtla…
 

—¿Adónde van?
—San Juan.
—¿San Juan Ixcaquixtla?
—No, San Juan Raya.
—Ahhhh, no conozco, ¿y eso dónde es?
—Mmmm… para allá.
 

…el citado San Mateo, San Martín Atexcal, San Nicolás Tepoxtitlán, llegaremos a San Juan Raya y, por último, Zapotitlán Salinas. En realidad, como dije, tendríamos que pedalear hasta Tehuacán. Pero el día no alcanzará. O alcanzaría pero, sin conocer, preferimos no arriesgarnos. Mejor parar en puerto seguro. Descansar. Continuar al día siguiente.

***

Los primeros tres pueblos pasaron de largo sin que dejáramos de pedalear. En Ixcaquixtla tomamos una vereda hacia Zoyamazalco, un atajo. El valle está repleto de agave. Deben tener buenos aguardientes en la región.
 

Ya en San Mateo llegamos a tiempo para la boda. Al ir entrando al pueblo vemos que la iglesia está vestida de gala, ya lista para un casorio.
 

Vamos hasta el zócalo, nos paramos frente a la ayudantía.
 

Comenzamos a husmear en busca de comida. De pronto, se escucha una banda de viento acercándose. Ahí está, al doblar la esquina, y pasa de largo rumbo a la iglesia.
 

Como sabemos, es costumbre muy de pueblo mexicano eso de sacar a la novia de su casa y llevarla hasta el altar a tamborazos. Tenemos evidencia etnográfica. Pero, ¿casarse un 28 de diciembre? Esperemos que nadie salga con aquello de la inocente palomita…
 

Como decía, buscamos una fonda aunque traigamos la alforja llena de tamales. En el número 112 de 3 Sur, la señora Ramírez y familia nos sirven chicharrón con chile y nopales. Afuera, el sol cae como si fuera el día del juicio. No me queda claro si me hace sudar copiosamente el diabólico caldito a base de chile guajillo o este calor infernal de medio día. Lo que sí queda claro es que en estos momentos sudo más estando inmóvil que pedaleando. Bueno, barriga llena y a seguir. Es bajada y eso ayuda al desempance.
 

Llegamos a San Martín. Hay que rodear un poco el poblado y continuar de largo. Ya cuando el pueblo queda a nuestras espaldas, en el horizonte se ven las heridas de un camino surcando las montañas. Es como la escalera al infierno en lenguaje ciclista. Imploramos al dios Mazatl que no nos lleve por ahí. Como nuestro dios sí nos quiere, nos manda por otro camino, menos tormentoso.

 ***

Estamos entrando a la reserva de la biosfera. Está prohibidísimo "extraer y retirar la flora, la fauna y plantas medicinales". Los letreros lo advierten cada tanto a ambos lados del camino. Llegamos al entronque a San Nicolás.
 

Igual que otros pueblos, en la entrada hay un arco de flores que le da la bienvenida al forastero.
 

Pueblo fantasma.
 

En la ventana de una casa cuelga un letrero misterioso, pero no como en las películas, que es agitado por un aire polvoriento de western a la Clint Eastwood. No, aquí el aire caliente está estancado, como en una olla de agua hirviendo sobre la leña.
 

El letrero dice que se vende pulque. Y se antoja. Pero pedalear así... mmm, no lo sé.
 

Unos metros adelante nos topamos con la tienda del pueblo. Afuera, dos dignatarios locales matan el tiempo y el calor con una cerveza bien fría. Unos pasos más adelante, una viejecita de edad indescifrable, con la jícara de pulque en la mano, nos saluda muy sonriente.
 

Eso te hace el pulque: sonreír. O ser feliz. O ambos. Lo bebes y te agarra el payaso. Pienso que don Cuco Sánchez se empinó dos o tres jarras y luego se le aparecieron los conejos, montes y valles parlanchines, piedras del campo gritonas.
 

—Esa cosa es alucinógena —advierto.
—Pues órale, vas —me la devuelven.
 

Mejor esperaré un poco. 

***

El camino a San Juan es una vereda recta, en medio de un extenso valle desértico, que sube y baja suavemente como un oleaje misterioso. De vez en cuando aparece de pronto, atrás de nosotros, alguna camioneta silenciosa, cargada con la familia completa, que pide paso para continuar hacia algún lugar desconocido. A lo mejor van a la boda, o aquí nomás a dar la vuelta, o quizás ya de regreso a casa… quién sabe.
 

Tras ella se levanta una nube de polvo que nos obliga a frenar un poco.
 

Nos orillamos un poco y alzamos la mano en amistoso saludo. El intercambio de insultos entre ciclistas y automovilistas es patrimonio de la ciudad. Aquí hay otra cosa.
 

Pedaleamos despacio, disfrutamos estoicamente el embate del sol sobre nosotros. Cambio el casco por el sombrero. Estamos en medio de la nada y, a menos que uno se vaya estúpidamente contra una biznaga, difícilmente caerá. Así que mejor cubrirse la cabeza.
 

Observamos las piedras, los cactus, que primero son escasos pero, poco a poco, comienzan a proliferar en número y especie y a extenderse interminablemente, hasta donde alcance la mirada y hasta volverse una presencia abrumadora: esta es su casa. Nosotros nomás vamos pasando.
 

El cielo azul, que lo abarca todo, de vez en cuando nos regala un poco de sombra con el movimiento de nubes que brincan de acá para allá, que en un momento están y al siguiente ya se han ido.

***

Entronque: a la derecha, el Parque Ecoturístico de Turritelas; siguiendo derecho, San Juan Raya.
 

De lejos parece otro pueblo fantasma pero no. Conforme nos acercamos la gente va apareciendo, y no es poca.
 

Unos pasos adelante está, a la derecha, el Museo Comunitario Paleontológico. En nuestro plan de viaje consideramos pasar la noche ahí. Vamos a ver. Al menos dos lugares ofrecen el servicio de hospedaje y acampada. Preguntamos y nos mandan al Centro Ecoturístico.
 

La guía nos recibe con la letanía de paquetes y recorridos para turistas. Lo repite de memoria. Entre los atractivos está el recorrido a conocer la biznaga gigante. Gracias por la información pero, insisto, vamos a ver.
 

Le echamos un ojo a las artesanías. En realidad buscamos un baño. Y comida, para no variar. Y una cerveza. Y pulque.
 

—¿El señor es su papá?
Risas.
—No, somos amigos.
—¿Quiere pulque? —la señora llama a un niño de unos diez años que parece coordinar todas las operaciones a la entrada del Centro Ecoturístico.
—Yo quiero una cerveza.
—Allá en la tienda le venden. ¿Usted sí quiere pulque? Vamos, lo llevo, es aquí a la vuelta.
 

Como digo, el niño es un consumado guía de turistas. Podría ser el ayudante municipal si se lo propusiera. Lo sabe todo y rápidamente nos atrapa con la promesa del pulque y otros mil atractivos turísticos que no aparecen en la guía, pero que él conoce.
 

Su abuelo produce el pulque. Pero, nos dice el niño, ahorita no está. Él sabe raspar, su abuelo lo enseñó.
 

—¿Ustedes saben raspar? —pregunta.
—Yo nomás me lo tomo.
—A mí no me gusta el pulque.
—Es aquí a la vuelta —nos lleva.
 

Su madre vigila sus movimientos a través de la ventana de la casa de enfrente. Suponemos que es su madre, aunque se ve bastante joven.
 

El niño nos cuenta el origen del museo y del centro ecoturístico: hubo un tiempo en que la gente vivía de venderle cactus y fósiles a los oportunistas de siempre, saqueadores. A los lugareños que andaban en eso los agarró la autoridad, los llevó a la cárcel. Para sacarlos tuvieron que pagar una costosa fianza. Hubo que buscar recursos. Se organizaron y crearon el museo y el centro ecoturístico, que ahora le sirven al pueblo para atraer turistas e ingresos, y para proteger lo único que tienen, esta área natural protegida.
 

Por eso está prohibido llevarse los fósiles. Y los cactus.
 

Mientras nos cuenta todo esto, me sirve un tarro y me da una cátedra de raspador de pulque: si raspas antes, sale amargo; si raspas después, sale flaco; si raspas por arriba y sin pedir permiso se te amarga, si raspas… A su corta edad conoce todos los secretos de las pencas. Y mil cosas más.
 

—¿No quiere sentarse? —me pregunta la mamá.
 

Tomo asiento. Con cada trago todo comienza a volverse liviano. Aquel maguey parece agitarse con el viento. En realidad parece haber adquirido un movimiento ondulatorio. Estos Echinocactus parece que brillan, y aquellos Ferocactus creo que ya se enojaron. El niño me observa fijamente, con una sonrisa semejante a la del Gato Risón. Le echo un ojo a las bicis para asegurarme de que siguen estacionadas junto a mí y no han caminado, y me pregunto… me pregunto… Como la vaca de Nietzsche, he olvidado ya lo que me preguntaba.

Muevo un pie contra el suelo y descubro un caracol fosilizado. Los fósiles se encuentran así, a ras de suelo, ni siquiera hay que escarbar, saltan a borbotones.
 

—¿Qué es eso, un fósil? —se adelanta el niño—. No se lo puede llevar, démelo. 

Se lo entrego antes de que me denuncie.

***

Evaluando la situación, calculamos varias horas más de pedaleo. La perspectiva de quedarnos aquí no resulta convincente.


Montamos las bicis y emprendemos la retirada. Esperamos llegar a Zapotitlán o, si se puede, a Tehuacán, unos treinta o cuarenta kilómetros desde aquí, bajada y subida.


De San Juan Raya nos saca un camino de terracería en descenso, así que el pedaleo, aún bajo los efectos del pulque, no es complicado (sólo cuando se te pasa el efecto y comienza a pegarte la cruda puedes llegar a lamentarlo).


Atravesamos el cauce de un río seco un par de veces y luego trepamos hasta una planicie que finalmente nos saca a la carretera. Antes de llegar al entronque Huajuapan-Tehuacán vemos el anuncio de huellas de dinosaurio, y más adelante, el de Los Reyes Metzontla, pueblo conocido por sus fantásticas artesanías de barro.


Comenzamos a subir. Al poco rato, ya con la última luz del día, llegamos a Zapotitlán. Los últimos destellos del atardecer bañan las colinas y laderas, abundantes de cactus, dándoles un aspecto vivaz e imponente. Todo es, al mismo tiempo, desértico y verde.


Podemos detenernos aquí: está el parque botánico Helia Bravo Hollis, donde se puede acampar. O podemos seguir. Pero no conocemos el camino. Y se hace de noche… Y es carretera…


Mejor detenerse.

Y mañana seguir.




Atole de maíz azul.

Tepexi desde las alturas.

Atajo de San Juan a San Mateo.


Un descanso.

Campo de agaves y árboles retorcidos.

Aeronaves en la tierra del venado.

Vámonos a la boda.

La selfie del día.

San Martín Atexcal.

Parecemos nubes.

En camino. 

Como los altos cipreses negros.

La loma, la parada del camión y la señalización oxidada.

San Nicolás Tepoxtitlán.
 
Tabicón vs adobe.
  
 

Dedos largos rascando la nube.

Todo derecho hasta topar con…

Reserva.

Tómame una foto aquí con mi amigo el chaparrín.

El eje del cosmos.

Paisaje sublunar. 

Estacionamiento para bicis en la pulcata de San Juan Raya.

Adiós, amigo, adiós viajes, adiós salvajes…

El último apaga la luz.

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