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Zacualpan

on jueves, 3 de diciembre de 2020


 
Esta vez teníamos un cumpleaños a fin de mes y ése fue el pretexto para salir a rodar. Existía la promesa de nuevos lugares por conocer. El plan: ir al extremo oriente de Morelos, específicamente al municipio de Zacualpan de Amilpas, explorando rutas en el camino de ida y, de ser posible, en el de vuelta.

Aunque trazamos varias opciones para la ida, finalmente decidimos hacer el siguiente recorrido: Cuernavaca-Yautepec por La Joya (ruta inexplorada), y de ahí dirigirnos a Oacalco. Subir a Atlatlahucan por el camino a Texcalpan. Bajar a Yecapixtla por Xalpa. Tomar el camino viejo a Tecajec y, desde ahí, entrar a Zacualpan por Temoac.
 
En el último tramo, otra opción era tomar el camino de Yecapixtla a Huexca, pero suponía dar una vuelta quizás innecesaria, y una opción definitivamente absurda era subir hasta Ocuituco y Tetela y desde ahí bajar a Zacualpan por Tlacotepec. Absurda porque la cantidad de tiempo requerida hubiera sido el doble.

Por principio de cuentas descartamos ir a Yautepec por Tepoztlán, lo cual estuvo muy bien porque más tarde nos enteraríamos de que el pueblo (el primero) otra vez estaba cerrado, ahora para evitar aglomeraciones por el día de muertos.

Alforja gorda

Iniciamos entonces el viaje, lo más tempano posible, para variar. Gabriel venía presumiendo su alforja gorda, como siempre a causa del sobreequipaje. En mi caso cargaba lo mínimo, pero la falta de un portabultos y otros accesorios de carga me impidió añadir equipaje extra, alimentos quizás, más agua o algún utensilio innecesario. Como sea, la Crítica de la razón práctica cumplía muy bien los requisitos del bikepacking. O al menos aparentaba hacerlo.
 
Como dije, bajamos a Yautepec por La Joya. Hacía mucho que no pisaba esos territorios, que me traen recuerdos que van desde la tía Tacha y sus preparados de hierbas malignas provenientes del cerro de Las Tetillas (cosechadas quién sabe dónde), hasta la vista panorámica del valle de Yautepec al despertar en una mañana fría de febrero, amenizada por una sinfonía de gallos madrugadores.

Algo que no recordaba de este lugar, quizás porque nunca estuve por ahí en bici, es que la subida hasta el punto conocido como El Puerto es muy empinada, y en consecuencia, el descenso "del otro lado", hacia Yautepec, es bastante pronunciado. Tenía esperanzas de que esta ruta fuera menos infernal que el Cañón de Lobos en este sentido pero aquí se acabaron mis ilusiones.

Como quiera, el descenso a Yautepec es bastante agradable por ser una ruta poco transitada pero, sobre todo, porque está muy bien cuidada. Parece que a las autoridades de este municipio sí les importan los ciclistas, ya que hasta una ciclovía construyeron en el camino que va de Yautepec a Oacalco.

Día de Muertas

Nos detuvimos afuera del mercado municipal para alimentarnos. Estando ahí Gabriel descubrió que había perdido las chanclas que traía amarradas en su alforja gorda. Más tarde perdería otros objetos que con optimismo amarró a esta alforja insegura, y sólo entonces desistió de seguir confiando en ella.
 
Al terminar el champurrado, fui a la plaza cívica a tomarle una foto a la bici y descubrí un escenario abrumador: las organizaciones civiles feministas montaron una ofrenda con retratos impresos en hojas tamaño carta con los rostros, algunos de ellos simulados, de mujeres extraviadas, desaparecidas o asesinadas en el transcurso del año. En el piso una leyenda: "Que el feminicidio no sea una tradición".
 
Luz María, Esmeralda, Jennifer, Adriana, Graciela, Josefina, Viridiana, Sandra, Alicia, Mayra, Leticia, Marely, Juana, Jael, Jovita, "N", "N"… El tamaño del horror es inmenso. Tomé ahí una foto de la bici pero no deja de resultarme perturbador el cuadro.

Hambre de la mala

Reanudamos el camino en dirección a Oacalco y desde ahí subimos hacia Tlayacapan. Nos desviamos en el camino a Texcalpan, que a su vez lleva hasta Atlatlahucan. Hacía mucho calor, a pesar de estar con un pie en noviembre, y la subida se volvía extenuante: el sol matutino a plomo, dolor de cabeza, hambre…
 
En el camino a Texcalpan nos sorprendieron los campos color ocre del sorgo. Foto para el insta. Aún pedaleamos otro poco y entramos finalmente en Atlatlahucan.
 
Éste es un pueblo de calles empedradas y casonas que invariablemente evocan la imagen de pueblo sureño de estirpe zapatista. Uno esperaría ver aquí a las huestes del Ejército Libertador del Sur tomando la hacienda por asalto y prendiéndole fuego al convento, si no fuera porque se puede ver un Oxxo en una esquina, un Banco Azteca en otra y el distintivo turístico de la Ruta de los Conventos indicando por dónde seguir, aparte de una fila de puestos de artesanías y dulces típicos para que el turista se sienta cómodo y bien recibido. En cuanto a nosotros, veníamos lo suficientemente hambrientos como para andar llamando a la lucha armada (entre los pueblos como entre las naciones la papa es primero, reza el adagio independentista); pero nos bastó con encontrar una taquería bien abastecida donde rápidamente, entre una orden de chuleta, otra de maciza y un consomé más dos cocas "sin azúcar", olvidamos cualquier ímpetu revolucionario. Nuestra hambre no era de justicia sino de la más prosaica que pueda haber.

Arqueólogos y vacas

Gabriel localizó una ruta en dirección a Yecapixtla que nos evitaba una subida adicional para salir de nuestro pueblo revolucionario. La tomamos y, efectivamente, nos sacó de ahí sin tener que hacer un gran esfuerzo. Entramos en un camino paralelo a la autopista Cuautla-Amecameca, que a su vez nos fue a aventar al arco de entrada a Yecapixtla, capital mundial de la cecina (hasta este momento nos percatamos del error de no haber esperado a llegar aquí para los tacos). Ya en planito, seguimos de largo, tranquilamente y debatiendo mientras tanto sobre el llamado "método arqueológico" en la filosofía. Charlatanes, pues.

Llegamos al centro de este municipio al mismo tiempo que lo hacía un desfile de charros (y charras). Seguimos de largo. De salida, tomamos un camino que paulatinamente fue convirtiéndose en una carretera más o menos solitaria y, por lo tanto, más agradable para pedalear. En el mapa aparece como Camino Viejo, y se conecta más adelante con la carretera Los Alacranes-Ocuituco. En el entronque hay una capilla denominada Cruz de Lima, que por cierto ni siquiera vimos, así sea la única construcción en varios cientos de metros a la redonda. Hacia la izquierda se llega a Ocuituco. Nosotros íbamos en dirección contraria y, por fortuna, nuevamente de bajada.
 
Poco antes de llegar ahí nos topamos con un rebaño de vacas que venía deslizándose como un alud desde el cerro en dirección a la carretera. Nosotros íbamos de subida, las vacas se aproximaban peligrosamente a nosotros de bajada y eventualmente nos toparían por un costado. Esto nos daba dos opciones: a) nos deteníamos y esperábamos a que cruzaran o b) acelerábamos el paso para tratar de ganarles. Optamos por lo primero y, para no desaprovechar el acontecimiento, en un acto reflejo matemáticamente coordinado, al más puro estilo del western, desenfundamos el teléfono. El arriero nos vio y de inmediato anunció la tarifa: "A diez pesos la foto". Tomamos algunas fotos y videos mientras las vacas, con su habitual actitud filosófica imperturbable, nihilista, entraron en la carretera y siguieron de largo.

Último tramo

He omitido decir que la rodada ya me venía costando desde Yecapixtla, o antes. A estas alturas traía una buena dosis de cansancio acumulado y nos faltaba todavía un buen tramo.
 
La tarde había empezando hacía un buen rato. Aunque ya no teníamos que aguantar el sol de medio día, éste aún nos venía pegando duro. Por fortuna, a partir de aquí comienza un feliz descenso en dirección a Tecajec. Al llegar a este diminuto pueblo paramos en una tienda proporcional al tamaño del asentamiento y rellenamos las ánforas.
 
Seguimos bajando hasta llegar al entronque de Temoac, visible a lo lejos por un acueducto destruido por la mitad, el cual atraviesa una profunda barranca que serpentea desde Tetela del Volcán y que eventualmente va a dar a Tlayecac, Xalostoc y por último a la presa de Palo Blanco en Tepalcingo.
 
Al menos ya faltaba poco. El cansancio a estas alturas me recordó la primera etapa del viaje a Tehuacán en diciembre del año pasado. En esa ocasión, ya estando cerca de Izúcar comencé a resentir el cansancio a tal grado, que imprimirle un mayor esfuerzo al pedaleo me resultaba imposible: movía las piernas por pura inercia.

Los dos kilómetros de Temoac a Zacualpan se me hicieron eternos. Estaba ya en ese momento del pedaleo en que comienzas a sentir escalofríos por una mezcla de agotamiento e insolación.

Hasta la ayudantía de Zacualpan hicimos entre 90 y 95 km. El plan era llegar a una de las haciendas del lugar, Cuautepec o Chicomocelo, y acampar cerca de alguna de las presas aledañas. En cambio, fuimos a dar a un jardín de fiestas, donde un terrorífico animador preparaba el número de esa noche.

Un par de cervezas, unos molotes y una buena charla para recapitular los momentos más importantes del día, son una buena forma de cerrar una rodada como esta.
 

 
 
 



 
 
 


 



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Vía verde del Amacuzac

on martes, 18 de agosto de 2020




Vía verde del Amacuzac.
 
Así bautizó este recorrido el Movimiento Bicicletero de Cuernavaca. (Este es el enlace a su página de feis porque resulta que existen dos "movimientos bicicleteros", este y este. Hecha la aclaración, continúo.) 
 
La ruta consiste en recorrer la antigua vía del tren en el tramo que va desde Cuernavaca hasta Iguala. Este camino de terracería es lo único que nos dejó la privatización del sistema ferroviario mexicano a mediados de los años noventa del siglo XX por parte del gobierno (específicamente zedillo y fox), que remató las vías a precio de fierro viejo a empresas privadas, y lo que quedó se lo regaló a una empresa estadounidense, la Kansas Southern.
 
El recorrido se puede hacer desde Cuernavaca o, como fue en este caso, a partir de Puente de Ixtla.
 
Para llegar a la cabecera de este municipio hay que bajar, como hicimos, por la autopista del sol hasta el entronque de Chiverías que conecta esta autopista con la federal 95. Cuatro kilómetros después hay un paso a desnivel y ahí, a la izquierda, está la entrada a la cabecera. Más adelante, unos cuatrocientos metros sobre la avenida principal (que aparece en el mapa como carretera Puente de Ixtla-Tehuixtla), está la entrada a la antigua vía del tren a Iguala, a la derecha, y a Cuernavaca, a la izquierda. Es fácil de ubicar porque, en el entronque, hay unos antojitos llamados "Mary" que forman parte del eterno paisaje.
 
Una primera etapa del recorrido sale, entonces, de Puente de Ixtla, y pasa primero por un pueblito que se llama Cajones. De ahí el camino sigue paralelo al río Salado; cruza otros dos asentamientos muy pequeños, Coahuixtla y la Colonia Oriental; llega a Casahuatlán, que está ubicado justo en el extremo izquierdo de la Reserva de la Biosfera de la Sierra de Huautla; pasa junto a Santa Fe Tepetlapa y junto a Palmillas, ambos ya en el estado de Guerrero, y concluye en Buena Vista de Cuéllar.
 
Podríamos decir que a partir de ahí comienza una segunda etapa.
 
Saliendo de Buena Vista, unos kilómetros adelante el camino atraviesa por debajo de la carretera federal 95, poco antes de otro asentamiento, Cienaguillas. La vía corre paralela al río San Juan, que viene desde la Sierra de Huautla, serpenteando junto a ella y haciéndose cada vez más profundo hasta convertirse en un barranco de unos cuarenta metros de profundidad, justo antes de llegar al pueblo de El Naranjo, a las afueras de Iguala, donde está el famoso Puente de la Mano o Puente de la S. Cualquiera de los dos nombres suena macabro, pero por la aventura de cruzarlo (también macabra, porque es muy alto y los pocos durmientes que quedan están quemados y podridos, al punto de que cualquier peso excesivo probablemente los hará caer) vale la pena cualquier denominación.
 
A la salida de El Naranjo, el camino desemboca en la carretera Taxco-Iguala, a unos seis kilómetros del centro de esta última ciudad. 
 
El tramo desde Cuernavaca hasta Iguala tendrá quizás unos cien kilómetros en total. Al tratarse de un camino que fue hecho para un tren, los desniveles son muy pocos y casi imperceptibles, pues para los trenes era (no lo sé ahora) imposible avanzar en pendientes pronunciadas debido a su peso. La dificultad de esta ruta, entonces, no está en su desnivel, sino en la distancia. Me tocó ver gente que a mitad del camino no podía más.
 
Aquí van las fotos, más o menos en el orden en que las fui tomando mientras avanzábamos. Al final, ya estando en Iguala, fuimos por una nieve al zócalo. Y de pronto se nos aparecieron los diablos, con interferencia y todo (por alguna razón el audio no funcionó)…

 
 

 
 
 
 
 
 
 

 

  
 





 

 
 











 


 
 




 
 
Aquí la ruta trazada en google maps, para quien se anime a hacer este camino:

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