Día 1: bufet, víboras ratoneras destripadas, osos gigantes y ovnis

on lunes, 3 de febrero de 2020



Conque deja que tus ojos sean libres; 
déjalos ser verdaderas ventanas. 
Los ojos pueden ser ventanas 
para contemplar el aburrimiento 
o para atisbar aquella infinitud.
Castaneda


Salimos de Cuernavaca el 26 de diciembre. De Lomas de San Antón, específicamente. Con una hora de retraso que pudo haber significado llegar anocheciendo a un destino incierto. Casi nos pasa. Gabo se quedó dormido porque drogas duras y tuve que esperar pacientemente su llegada congelándome un poco en la banqueta. Cuando por fin llegó iniciamos el viaje.

El camino a Cuautla todos los conocen. Cualquier ruta que se tome uno inevitablemente deberá caer al Paseo Cuauhnáhuac y enfilarse hacia el terrorífico Cañón de Lobos, que tiene uno de los mejores descensos que pueden hacerse en bici en todo el estado, y de venida, uno de los ascensos más complicados y peligrosos por lo cerrado de las curvas. El paisaje es inigualable: poca presencia humana, vegetación abundante, un silencio abrumador que, de día o de noche, impone respeto. Abundan las leyendas de gente que intentó sin suerte cruzar ese cañón…

A las 10 am estábamos en San Carlos desayunando en el bufete de 45 pesos, donde si no te comes lo que te serviste pagas 80 y si te agarran compartiendo el plato también. Es posible que uno reciba unos azotes por alguna falta semejante. Pero por esa cantidad puedes atascarte como cerdo y la comida es muy buena. Vale la pena.

Entramos a la H. H. Cuautla de Don José María por Reforma y continuamos por Revolución en dirección a Tlayecac, para continuar después en el mismo sentido hacia el famosísimo crucero de Amayuca. Todas las ciudades son amontonamiento humano, olores fétidos y alguna que otra atracción histórico-turística digna de rememorarse. O no. Seguimos de largo.

Saliendo de Cuautla pudimos ver a un motociclista maniobrando por la banqueta, en sentido contrario, llevando delante un gigantesco oso de peluche sobre las piernas y detrás a su novia. Un espectáculo sui géneris. Más o menos a la misma altura, Gabo se detuvo a fotografiar una asquerosa víbora ratonera que yacía semidestripada junto al camino. Yo no le vi el chiste. Pero cada quien sus manías.

Más adelante, pasando el cerro del Chumil en Jantetelco, pudimos ver algo parecido a un halcón o aguililla. Eso pintaba mejor que la ratonera destripada. Aquí ya se hace menos visible la nociva presencia humana. El cerro es una protuberancia de forma singular —muy parecido al Chalchi de Tepoztlán— que atrae inevitablemente las miradas y quién sabe qué energías y poderes supralunares más. Seguimos.

Desde Yautepec hasta este punto se puede pedalear más o menos tranquilo. La carretera es tan amplia que uno se pregunta por qué no hay ahí una ciclovía. Espacio existe pero, como siempre, los que están a cargo ni se enteran.

Luego el camino se convierte en una carretera sin acotamiento. Pero hasta la entrada a Tepexco, ya del lado poblano, es casi pura bajada. Así que no duele tanto. Además, durante casi todo el viaje tuvimos pocos desencuentros con camioneros y automovilistas. En general, durante los tres días que anduvimos en carretera los conductores tuvieron una actitud respetuosa hacia nosotros como ciclistas. Guardaban distancia al rebasarnos, nos saludaban e incluso se detenían a regalarnos fruta, como nos pasó en Calmecac, o a preguntarnos qué dirección llevábamos o de dónde veníamos. Seguramente los que nos dieron fruta nos vieron muy jodidos. Como fuera, todo esto siempre se agradece.

Para llegar a Calmecac hay que rodear un cerro que no se ve muy alto pero igual cuesta trabajo. Luego pasamos Cuexpala, nos detuvimos un poco en San Félix Rijo, cruzamos Agua Dulce y finalmente llegamos a Izúcar. Al llegar a San Félix mis piernas dijeron no más. Así que a partir de ahí seguí pedaleando en modo avión: hay que apagarlo todo y hacer el mínimo esfuerzo para avanzar sin morir en el intento.

Nos paramos a comer en Izúcar. Otra ciudad: taxistas y chafiretes apocalípticos, mucha gente por todas partes, hay que salir rápido de ahí. Eran casi las cinco de la tarde. Esta hora parece muy temprano pero tengo la convicción de que pedalear a oscuras, con rumbo desconocido, es una mala idea. Siempre hay que pedalear con luz y, de preferencia, llegar adonde se vaya antes de que acabe el día.

En un último esfuerzo y sin tener idea de lo que aún faltaba, continuamos por la carretera hacia Tepexi de Rodríguez. Nuevamente el campo a las afueras de la urbe. Gente en moto o en bici, campesinos a caballo, ganado y grandes extensiones de tierra cultivada. Una mujer joven en moto, machete a la espalda, nos rebasó a toda velocidad. Este es el siglo de las mujeres, qué duda cabe.

Pasamos junto a San José las Bocas, San Mateo Oxtotla y Santa Ana Necoxtla, hasta llegar a San Juan Epatlán y a la laguna de Tezonteopan.

El sol se había puesto y se nos acababa el día. Preguntamos por alojamiento a un pescador y su familia, que ya cerraban la pequeña fonda junto a la laguna. Nos dijo que, si queríamos, podíamos acampar ahí mismo. Había una reja a la entrada que permanecía cerrada de noche, de modo que era seguro y nadie nos molestaría. Sólo había un cobertizo de palma y quedaban las últimas brazas del fogón. Titubeamos. No parecía mal pero… esperábamos algo mejor. Al vernos dudar el pescador nos dijo que a unos metros de ahí, por donde venimos, había un balneario. Efectivamente, acabábamos de pasar por ese lugar y aún se veía gente sentada en el restaurante conversando y bebiendo una cerveza, con la música a todo volumen amenizando el momento. Fuimos hacia allá.

Era algo infinitamente mejor. El balneario ecológico de Citlalitlán tiene restaurante, baños, áreas verdes, palapas y un par de albercas con agua helada. Apenas tuvimos tiempo de ir preparándonos para el descanso con una buena cerveza. Montamos la tienda de campaña —eso de montamos es un decir porque casi siempre lo hacía Gabo— y, mientras intercambiamos impresiones de este primer día de viaje, contemplábamos el cielo estrellado, algo imposible de ver en la ciudad.

En el firmamento se desplazaban unos puntos luminosos que, supusimos, eran aviones. Al día siguiente nos desmintieron: las luces de los aviones son intermitentes, esas cosas quién sabe qué sean.


  Hay lugares donde sí toman en cuenta a lxs ciclistas.

 Favor de ignorar a la antiabortista Farmacia de Guadalajara.

Gabo disfrutando el acotamiento que bien podría ser un carril confinado para bicis, cerca de Cuautla.

 Gabo acomodando sus alforjas en Calmecac; mientras tanto yo tomaba fotos y comía frutas secas. De pronto un auto se detuvo en el tope y estiraron la mano desde la ventana para darnos mandarinas.

 Según yo esto era una selfie.

 Cerro del Chumil con cables.

 Otra selfie.

 Esto quién sabe dónde fue pero se veía bien.

Cerca de Tepexco y a punto de comenzar a subir para darle la vuelta a ese cerro diabólico.

 Llegando a Amayuca. Al fondo el cerro del Chumil.

Estacionamiento para clientes mientras compran.

La Crítica de la Razón Práctica y su comadre en el puente de Tepexco.

 Tomarle fotos al pavimento mientras pedaleas siempre tendrá su encanto.

 Ya en territorio poblano, subiendo la pendiente a marchas forzadas.

 Otra en el puente de Tepexco.

No comments yet.

Write a comment:

Popular Posts

Vistas de página en total